domingo, 5 de octubre de 2008

"¿Por qué hijo?, ¿por qué tantos tiros?"




En el silencio de la casa al pie de la escalera sólo se escuchan los gemidos y suspiros de Alexánder, su esposa y su hija de 16 años. Todos parecen petrificados, el silencio incómodo se impone como en un ritual: La mamá de Tanito está frente al computador viendo pasar, como si se tratara de la obra de teatro de una vida, las fotos de su hijo de 15 años que a ratos sonríe desde una piedra en la playa con lentes oscuros, otro tanto mira orgulloso enfundado en traje y corbata junto a su hermana el día de cumpleaños de ésta. Otras son de apenas tres semanas atrás cuando Tanito fue hospitalizado por siete días con dengue y, aunque en algunas se retuerce del dolor cubierto con una cobija azul a cuadros, otras lo muestran ya recuperado antes de salir de la clínica. La madrugada del pasado jueves Taner Alexánder González se levantó y se fue al cuarto de su hijo; en la penumbra pasó la cortina y vio el collage de fotos del muchacho en la pared del cuarto, el XBox 360 con apenas meses de uso: "¿Por qué hijo por qué, por qué tantos tiros?" Ni siquiera han tratado de recomponerse. A las 6:30 de la tarde del pasado domingo Tanito regresaba como todos los días a visitar a su abuela, y en lugar de bajar por una calle cercana a su casa decidió irse por la calle real de Carapita para que lo vieran: guapo, desenfadado y seguro, le gustaba pavonearse por el barrio. Pero en medio de la calle, sujetos en un Toyota Machito blanco, abrieron la puerta y comenzaron a disparar. Cuentan que el tirador descargaba la pistola y cambiaba el peine, otros recuerdan que uno de los sujetos le gritó al asesino: "ese no era, ese no era". Pero no más de 30 balas se dispararon esa tarde. El primero en morir fue Tanito, quien recibió múltiples tiros, más allá cayó herido Johan Daniel Betancourt, de 18 años, que estaba en una moto hablando con un compañero motorizado y a quien, dicen, fue el que habrían confundido los asesinos. Pero en el porche de la casa verde, los más de 14 niños que jugaban bingo comenzaron a correr olvidando cartones y fichas, uno de once años recibió un tiro en el costado, una pequeña de dos años reci- bió un disparo en la espalda y otra más de 6 fue herida en la pierna. Pero sólo Tanito y el niño de 11 años murieron al llegar al hospital Pérez Carreño. Las pequeñas están ya fuera de peligro al igual que Johan Daniel. Sin nada que pedir Tanito haciendo hallacas, poniendo la moto en caballito, tirando flechas en un torneo el Día del Padre en la reunión de la empresa donde trabaja su papá, con las manos en una plegaria el día de su bautizo... Las fotos siguen como un carrusel interminable de vivencias que fueron aún más breves que la vida del chico. Los tres amiguitos de videojuegos de Tanito, de bicicleta y de pasar la tarde en la escalera ven pasar las fotos en el mismo silencio que la familia. Uno de ellos, el más menudo, se sienta en una silla con la gorra casi hasta los ojos, parpadea con sus inmensas pestañas, a la pregunta: "¿No te sientes raro ahora sin Tanito?". El niño que hay desaparece, y una voz profunda sale de él: "Mal", es lo único que dice y se seca las lágrimas con la manga de la camisa. En las sinuosas y empinadas calles del sector de Carapita creció la familia de Taner Alexánder. Él y su esposa se fueron a vivir juntos cuando él tenía 17 años y ella 16, casi la misma edad que ahora tiene su única hija de 16 y tenía Tanito, de 15. Una familia moderna y desarrollada enclavada en la mitad de El Manguito, en Carapita que, para darles todo lo que podían a su hijos, decidieron tener sólo dos niños. Taner siempre fue motorizado en empresas, pasó dos años sin empleo fijo trabajando como mototaxista hasta que comenzó en el Seniat. "Con mi trabajo y mi familia qué más le podía pedir yo a mi Dios, más nada. Ahora estoy seguro que la vida me va a cambiar". Se le quiebra la voz a ratos. Taner está peinado perfecto, el mismo cuidado que se ve en su casa y su familia. Su hija de 16 años es alta y delgada, de larga cabellera negra y figura agraciada. Tanito se parecía a ella. La mamá del chico sólo se anima a responder cuando le preguntan qué quería hacer Tanito, "quería ser PTJ", pero también quería una moto porque le iba bien manejando la de su papá. "La mamá y yo le decíamos que se graduara y que se la dábamos, pero comprarle una moto es como comprarle la urna al hijo, porque si se la van a robar y la entrega lo matan y si no se la entrega, también. Yo esperaba a que se graduara para cambiarle el tema y hablar de comprarle un carro a la familia", dice ahora un Taner desanimado en el que no hay rabia contra los asesinos sino una gran impotencia y otro tanto de incapacidad para comprender. Taner deja a su familia en casa y comienza a caminar lento escaleras arriba. Saca la cartera y se tropieza con una foto de Tanito: "concho mi muchacho". Le provoca recorrer los pocos kilómetros que lo separan del cementerio de El Junquito y abrazar a su hijo y besarlo: "pero sé que ya no puedo". La familia del niño de 11 años no está en el barrio, pues se fueron a enterrarlo en Cariaco, Sucre, de donde proceden. Sólo Taner recibe las condolencias de los que no llegaron a integrar el numeroso cortejo que fue al cementerio. El caso es investigado por la División de Homicidios del Cicpc, que monitorea una zona cercana a El Manguito, a donde fueron los asesinos tras el ataque en la calle. De nuevo frente al computador se ve un video de Tanito sin camisa: tiene unas flores azules plásticas y una bolsa, en lo que fue un show que hizo unas semanas atrás al darle los regalos de cumpleaños a una prima. En medio del silencio en el que lloran, se ríen de las payasadas del muchacho". Taner lo admite, "aún no me lo creo".
Laura Dávila Truelo. El Universal

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