
Los griegos no pudieron imaginarse el papel vital que juega la prensa como guardián de las libertades públicas. Los acosadores sexuales la temen; sus protectores, aún más, porque, al defender al pervertido, la prensa los salpica con gotas de libertad.
Los corruptos no pueden ver un micrófono o una cámara porque, hipersensibles como son a las cosas limpias y transparentes, rápidamente afloran sus alergias a todo lo que es público y ventilado. La prensa los ilumina en demasía y atrae la atención hacia lo que ellos ocultan o niegan –con la mayor de las convicciones– como si a fuerza de renegar de la realidad, pudieran cambiarla.
Prensa y libertad. La prensa es luz, revelación, aire puro, verdad, autonomía del pueblo frente a sus administradores, mientras que el ladrón y pervertido comete sus crímenes a la sombra o en total oscuridad.
De ahí que la corrupción y la prensa son enemigos naturales y, por lo tanto, incompatibles. Cuando hay prensa, no hay tiranía. Cuando hay corrupción, no hay prensa. Donde usted vea un periodista, puede estar seguro de que hay libertad. Donde haya alguien con el coraje y la audacia de investigar, divulgar y publicar todo lo que ataña a la cosa pública y el bien común, puede estar seguro de que ahí, en esa sociedad, no solo se respira libertad, sino que la libertad ya es una forma de vida.
De ahí que la rendición de cuentas constante y permanente se ejerce lo mejor posible no frente a la oposición –que también tiene su agenda política–, sino frente al pueblo, por medio de la prensa. ¡Que si dijo o no dijo! ¡Que si está o no está de acuerdo! Para eso está la tribuna mediática, con la que no se juega.
Se respeta su poder, necesario y vital para la libertad, y lejos de entrar en frases gastadas y acusaciones estériles –que pueden hasta cansar– se acepta su papel fundamental como muro y antídoto excepcional contra la tiranía, la corrupción y el desenfreno.
Todo acosador sexual, encubridor, ladrón o corrupto tiene miedo a una prensa libre. Igualmente, sabemos que la libertad descansa no sobre bayonetas, sino sobre plumas, cámaras y teclados, que deben ir y escudriñar hasta el último rincón, dado que los jueces nos han comunicado –con el abuso de su frase preferida: “ in dubio pro reo” – que no es en los tribunales donde vamos a detener a los corruptos.
Prensa y democracia. ¿Quo vadis, poder judicial? Ahí, en los tribunales, los corruptos duran poco tiempo, gracias a un tecnicismo jurídico, a la acostumbrada “duda” del juez de turno.
La realidad nos está indicando que, contra la corrupción, puede más un mal reportaje que el mejor de los jueces. Ya no es la Corte Suprema de Justicia sobre la que se sustenta nuestra democracia, como nos dicen, confundidos, los garantistas. La prensa ha llenado ese vacío y, por dicha, ha tomado el lugar dejado por los jueces penales y su impávida inercia procesal.
Usted y yo somos libres porque dichosamente la prensa ha consagrado el derecho constitucional al berreo, derecho por el que muchos han muerto. Los que somos libres, porque otros que nunca conocimos murieron por nosotros en 1856, tenemos el derecho y el deber de preguntar hasta el cansancio, exigir y pedir cuentas, una y otra vez, para que los depositarios temporales del poder recuerden todos los días lo efímero de su mandato.
Aunque la belleza cansa y el amor acaba –nos advierte el poeta–, es inmortal nuestro tórrido idilio con la libertad. Prensa libre es libertad para todos.
Los corruptos no pueden ver un micrófono o una cámara porque, hipersensibles como son a las cosas limpias y transparentes, rápidamente afloran sus alergias a todo lo que es público y ventilado. La prensa los ilumina en demasía y atrae la atención hacia lo que ellos ocultan o niegan –con la mayor de las convicciones– como si a fuerza de renegar de la realidad, pudieran cambiarla.
Prensa y libertad. La prensa es luz, revelación, aire puro, verdad, autonomía del pueblo frente a sus administradores, mientras que el ladrón y pervertido comete sus crímenes a la sombra o en total oscuridad.
De ahí que la corrupción y la prensa son enemigos naturales y, por lo tanto, incompatibles. Cuando hay prensa, no hay tiranía. Cuando hay corrupción, no hay prensa. Donde usted vea un periodista, puede estar seguro de que hay libertad. Donde haya alguien con el coraje y la audacia de investigar, divulgar y publicar todo lo que ataña a la cosa pública y el bien común, puede estar seguro de que ahí, en esa sociedad, no solo se respira libertad, sino que la libertad ya es una forma de vida.
De ahí que la rendición de cuentas constante y permanente se ejerce lo mejor posible no frente a la oposición –que también tiene su agenda política–, sino frente al pueblo, por medio de la prensa. ¡Que si dijo o no dijo! ¡Que si está o no está de acuerdo! Para eso está la tribuna mediática, con la que no se juega.
Se respeta su poder, necesario y vital para la libertad, y lejos de entrar en frases gastadas y acusaciones estériles –que pueden hasta cansar– se acepta su papel fundamental como muro y antídoto excepcional contra la tiranía, la corrupción y el desenfreno.
Todo acosador sexual, encubridor, ladrón o corrupto tiene miedo a una prensa libre. Igualmente, sabemos que la libertad descansa no sobre bayonetas, sino sobre plumas, cámaras y teclados, que deben ir y escudriñar hasta el último rincón, dado que los jueces nos han comunicado –con el abuso de su frase preferida: “ in dubio pro reo” – que no es en los tribunales donde vamos a detener a los corruptos.
Prensa y democracia. ¿Quo vadis, poder judicial? Ahí, en los tribunales, los corruptos duran poco tiempo, gracias a un tecnicismo jurídico, a la acostumbrada “duda” del juez de turno.
La realidad nos está indicando que, contra la corrupción, puede más un mal reportaje que el mejor de los jueces. Ya no es la Corte Suprema de Justicia sobre la que se sustenta nuestra democracia, como nos dicen, confundidos, los garantistas. La prensa ha llenado ese vacío y, por dicha, ha tomado el lugar dejado por los jueces penales y su impávida inercia procesal.
Usted y yo somos libres porque dichosamente la prensa ha consagrado el derecho constitucional al berreo, derecho por el que muchos han muerto. Los que somos libres, porque otros que nunca conocimos murieron por nosotros en 1856, tenemos el derecho y el deber de preguntar hasta el cansancio, exigir y pedir cuentas, una y otra vez, para que los depositarios temporales del poder recuerden todos los días lo efímero de su mandato.
Aunque la belleza cansa y el amor acaba –nos advierte el poeta–, es inmortal nuestro tórrido idilio con la libertad. Prensa libre es libertad para todos.
Por Agustín Ureña 4m-ureville@ice.co.cr.
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