San Francisco de Macorís. Tres velones, un mantel blanco sobre una mesa de tablas y una imagen del Sagrado Corazón de Jesús están dispuestos para velar a decenas de cuerpos ausentes. Amenazas, llantos y enfado.
Madres y padres enlutados, niños huérfanos; esposas destrozadas por el dolor, buscan sin respuestas el porqué de esta desgracia.
El drama es el mismo en cada rincón del marginado barrio San Martín. La tristeza y la impotencia envuelven con manto negro a San Francisco de Macorís. 29 personas (hombres y mujeres) perecieron en el mar de incontables e interminables tragedias.
El laborioso pueblo del Nordeste interrumpió sus quehaceres para llorar profundo a sus hijos. En el barrio San Martín hay altares en cada esquina.
El barrio perdió a seis vecinos que salieron a Puerto Rico y sucumbieron en el intento.
A los muertos, sus deudos les celebrarán nueve días de rezos seguidos y una Hora Santa final. Los altares están adornados con fotos de los difuntos viajeros, flores y luces de esperanzas muertas.
Los más pequeñines actúan ajenos a la situación; apuestan a que sus papis en cualquier momento saldrán de los montes y aparecerán de nuevo en casa; es temprano aun, pero ya extrañan su bendición y acostumbrados jugueteos.
Ellos piensan que están temporalmente escondidos.
Los 29, hombres y mujeres, murieron de inanición.
Por esta desgracia sin igual, no hay presos ni detenidos para investigación.
Fue un 19 de octubre que 33 dominicanos salieron hacia la vecina isla de Puerto Rico, en una embarcación ajustada con clavos y sobrecargada de ilusiones.
En el barrio San Martín, el rumor sobre culpables se expande como fuego en yerba seca. Pocos se atreven a hablar ante el micrófono de un grabador y el inquieto lente de una cámara.
Pero el valor se impone y Amada Rodríguez, quien perdió a su esposo Ramón Marte, es la primera que se aventura a darle rienda suelta a sus rabias contenidas. “Él me llamó para amenazarme y decirme que había sido yo quien lo había delatado.
Él me estaba reclamando que yo fui y lo sometí a la Justicia. Lo que pasa es que yo me encontré raro que a los cinco días mi esposo no llamara ni se supiera nada”, explica.
Cuenta que a su esposo quien lo metió en viaje fue un compadre suyo, que también pereció de hambre y sed. Marte trabajaba como mensajero de un banco. Para ir al encuentro con la muerte, pagó 5 mil pesos por adelantado.
El costo del viaje eran 40 mil pesos, comentan los familiares.
Las amenazas del “capitán”
El individuo aludido por Amada Rodríguez es un hombre conocido por todos en el barrio San Martín, y hermano de una señora que también perdió la vida en la trágica travesía.
El alegado organizador del viaje no iba en la yola. Parientes, amigos y vecinos de los fallecidos saben perfectamente quién es el hombre al que temen llamar por su nombre.
Sólo esperan que las autoridades asuman su responsabilidad, localicen al capitán del viaje fatal y lo hagan pagar por el crimen de planificar viajes ilegales.
Los residentes en San Francisco de Macorís también sospechan de otro de los sobrevivientes de la travesía, como uno de los que, junto al sujeto insinuado por Rodríguez, planificaron el viaje donde murieron 29 personas de una misma provincia.
Un regreso comprometido
Franklin Almánzar y su hijo Álvaro forman parte del grupo que se salvó de morir en el océano implacable con los indocumentados.
Rosalba María Batista, esposa de Almánzar, dice que cuando regresen de las islas Turcas y Caicos, donde también falleció la viajera Natividad Nolasco, esta pobre familia tendrá que encarar el serio compromiso de pagar 100 mil pesos por la hipoteca de su casa.
Por Oscar Quezada. El Caribe.
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