Por Oscar Quezada
En la casa materna de Cruz María la tristeza se siente a leguas. Una doña fregando unos trastes, un niño de ocho años cabizbajo y una doña con los ojos aguados y su cara apoyada en una silla de guano, pintan un cuadro verdaderamente desolador.
En esta vivienda, ubicada en una empobrecida comunidad al norte de San Juan de la Maguana, rodeada de una hermosa llanura que contrasta con la miseria circundante, esperaban al tercer hijo de Cruz María. Todo estaba preparado para la ocasión. Hasta el nombre le tenían: se llamaría Cruz Amil, como su madre. Los niños de la vecindad le tenían una gran fiesta.
El pasado jueves, Cruz Amil llegó a la comunidad El Asiento de Luisa, bien apartada del casco urbano de San Juan. Pero lo llevaron en una pequeña caja, todavía ensangrentado por las labores de un parto que Cruz María, su madre, no podrá olvidar jamás, mientras vida tenga.
“Yo no sé cómo podré vivir con este dolor. No lo soporto. Hay noches en que yo no puedo dormir. Es como si mi corazón se me hubiese partido”, expresa esta joven madre. Su dolor trasciende el pesar de una madre que ve morir a su hijo apenas sale de su vientre. A su hijo, Cruz Amil, le cortaron la cabeza cuando estaba pariendo.
El caso es técnicamente complejo, aunque humanamente difícil de comprender. Por allá, donde la pobreza asecha entre los montes que sirven de cobija a unos cuantos chivos y burros demacrados, una madre sufre callada la suerte de una experiencia patética.
El pasado miércoles, Cruz María salió para el hospital Igualas Médicas, a sus chequeos de rutina, como lo hizo siempre. Su doctora, Ángela Milkeya Sánchez, la recibió normalmente, al menos eso pensó Cruz. “Yo había pedido leche, porque pensé que el niño la necesitaría. La doctora le dijo a mi hermana, que fue conmigo a la consulta, no le de leche, que ella está para parir. Mi hermana le contestó, doctora, pero cómo eso que ella va a parir, si mi hermana no está para parir”, cuenta Cruz María.
La fecha pautada para el parto era en realidad el día ocho de mayo, es por esto que para Cruz y su hermana la noticia la tomó por sorpresa. “Yo no tenía dolores, pero la doctora me dio un medicamente para que me dieran dolores. Sí me tomaron la presión, porque la tenía alta. Y mi hermana le dijo a la doctora que no podía provocarme dolores de parto, porque eso me subiría más la presión”, añade.
Dijo que la doctora Sánchez insistió de mil formas para que ella alumbrara ese día, y que por eso la ayudó a romper fuentes, para agilizar la labor de un parto que resultó ser luego la peor pesadilla que ha vivido esta profesora de profesión.
Cruz María comenta que hizo todo lo que estuvo a su alcance para que la doctora no la hiciera parir ese día, como si su instinto de madre le advierta que algo no andaba o no saldría bien, como las veces en que alumbró sus otros dos hijos, de diez y ocho años.
Finalmente, se impuso el criterio médico. Después de todo, Cruz María solo sabe impartir enseñanza y de medicina solo sabe lo que una mujer con dos experiencias de parto alcanza a comprender. La doctora Sánchez la ingresó a sala de partos del hospital, a las 3:45 de la mañana, recuerda la madre de Cruz María, la señora María Corporán.
Cerca de las 6:00 de la mañana, del jueves pasado, doña María recuerda que los nervios mezclados con la alegría y emoción de sentirse abuela nuevamente, no la dejaban tranquila. “Buscaba la sala de partos por todas partes, porque no conozco bien el hospital. Cuando la encontré, la doctora me dijo: ‘se murió el niño’. Yo le pregunté, ‘cómo es que usted dice’. Ella volvió a decirme, ‘que se murió el niño”, relata.
En ese instante, la madre de Cruz María dice que no imaginaba siquiera la dimensión del asunto. Dijo que cuando entró a la sala vio a su hija “con el estómago volteado hacia arriba” y la criatura con la cabeza hacia afuera, lo que explica la asustó tanto que solo pudo pedirle a la doctora que hiciera lo posible por salvar a su hija.
Cruz asegura que aún estaba consciente cuando escuchó de la doctora Sánchez la fría y devastadora información: “vamos a tener que decapitar a tu hijo”. Entonces pidió a su madre que le hicieran una fotografía para mostrársela a sus hermanitos que no pudo ver. “La doctora no quiso que se la hicieran”, afirma, mientras el hijo de ocho años limpia las lágrimas que brotan de sus ojos rojizos de tanto llorar.
La doctora Sánchez vive en la misma ciudad de San Juan. Este diario caminó gran parte del pueblo preguntando por su dirección, para conocer su postura sobre un hecho donde jugó un rol protagónico, o antagónico pensaría la madre afectada. Pero supuestamente nadie sabía y no pudo ser posible escuchar de sus labios la explicación que nunca le dieron a Cruz María ni a ningún miembro de su familia, también demolida con este inusual acontecimiento.
“Ella solo me dijo,’ya, no llores más, porque tú todavía tienes fuerzas parar parir dos o tres muchachos más”, expresa Cruz María. Pero ella quería a ese niño que cargó casi nueve meses en su vientre. Ella solo quería a esa criatura que llevaron a su humilde morada en una cajita de madera, con su cabecita cortada y un bracito colgando de su endeble anatomía. “De todas formas, lo vestimos con ropita limpia; le echamos agua bendita y estuvimos un rato con él en la casa. Después lo llevamos al cementerio”, expresa doña María.
Su hija, Cruz, no pudo vivir este último momento con su bebé. Ella estaba en el hospital, convaleciente de un parto frustrado y esperando una explicación de la doctora Sánchez, que sí se apresuró a dar su versión técnica de lo sucedido a una emisora de radio. Cruz María, mientras tanto, sigue sin entender qué fue realmente lo que pasó.
Apoyo: En la comunidad de El Asiento de Luisa, todos parecen llorar la tragedia de Cruz María García Corporán. “Ella es muy buena. No se merecía esto”, dijo una adolescente vecina de la casa materna de esta mujer. Otros solo prefieren mirar de lejos la tristeza que arropa la casita de madera pintada de rosado, por allá, por una empinada colina. En el pueblo de San Juan, por omisión o deliberada actitud, la gente reaccionaba como si nada supiera de este suceso. La vida seguía normal.
En la casa materna de Cruz María la tristeza se siente a leguas. Una doña fregando unos trastes, un niño de ocho años cabizbajo y una doña con los ojos aguados y su cara apoyada en una silla de guano, pintan un cuadro verdaderamente desolador.
En esta vivienda, ubicada en una empobrecida comunidad al norte de San Juan de la Maguana, rodeada de una hermosa llanura que contrasta con la miseria circundante, esperaban al tercer hijo de Cruz María. Todo estaba preparado para la ocasión. Hasta el nombre le tenían: se llamaría Cruz Amil, como su madre. Los niños de la vecindad le tenían una gran fiesta.
El pasado jueves, Cruz Amil llegó a la comunidad El Asiento de Luisa, bien apartada del casco urbano de San Juan. Pero lo llevaron en una pequeña caja, todavía ensangrentado por las labores de un parto que Cruz María, su madre, no podrá olvidar jamás, mientras vida tenga.
“Yo no sé cómo podré vivir con este dolor. No lo soporto. Hay noches en que yo no puedo dormir. Es como si mi corazón se me hubiese partido”, expresa esta joven madre. Su dolor trasciende el pesar de una madre que ve morir a su hijo apenas sale de su vientre. A su hijo, Cruz Amil, le cortaron la cabeza cuando estaba pariendo.
El caso es técnicamente complejo, aunque humanamente difícil de comprender. Por allá, donde la pobreza asecha entre los montes que sirven de cobija a unos cuantos chivos y burros demacrados, una madre sufre callada la suerte de una experiencia patética.
El pasado miércoles, Cruz María salió para el hospital Igualas Médicas, a sus chequeos de rutina, como lo hizo siempre. Su doctora, Ángela Milkeya Sánchez, la recibió normalmente, al menos eso pensó Cruz. “Yo había pedido leche, porque pensé que el niño la necesitaría. La doctora le dijo a mi hermana, que fue conmigo a la consulta, no le de leche, que ella está para parir. Mi hermana le contestó, doctora, pero cómo eso que ella va a parir, si mi hermana no está para parir”, cuenta Cruz María.
La fecha pautada para el parto era en realidad el día ocho de mayo, es por esto que para Cruz y su hermana la noticia la tomó por sorpresa. “Yo no tenía dolores, pero la doctora me dio un medicamente para que me dieran dolores. Sí me tomaron la presión, porque la tenía alta. Y mi hermana le dijo a la doctora que no podía provocarme dolores de parto, porque eso me subiría más la presión”, añade.
Dijo que la doctora Sánchez insistió de mil formas para que ella alumbrara ese día, y que por eso la ayudó a romper fuentes, para agilizar la labor de un parto que resultó ser luego la peor pesadilla que ha vivido esta profesora de profesión.
Cruz María comenta que hizo todo lo que estuvo a su alcance para que la doctora no la hiciera parir ese día, como si su instinto de madre le advierta que algo no andaba o no saldría bien, como las veces en que alumbró sus otros dos hijos, de diez y ocho años.
Finalmente, se impuso el criterio médico. Después de todo, Cruz María solo sabe impartir enseñanza y de medicina solo sabe lo que una mujer con dos experiencias de parto alcanza a comprender. La doctora Sánchez la ingresó a sala de partos del hospital, a las 3:45 de la mañana, recuerda la madre de Cruz María, la señora María Corporán.
Cerca de las 6:00 de la mañana, del jueves pasado, doña María recuerda que los nervios mezclados con la alegría y emoción de sentirse abuela nuevamente, no la dejaban tranquila. “Buscaba la sala de partos por todas partes, porque no conozco bien el hospital. Cuando la encontré, la doctora me dijo: ‘se murió el niño’. Yo le pregunté, ‘cómo es que usted dice’. Ella volvió a decirme, ‘que se murió el niño”, relata.
En ese instante, la madre de Cruz María dice que no imaginaba siquiera la dimensión del asunto. Dijo que cuando entró a la sala vio a su hija “con el estómago volteado hacia arriba” y la criatura con la cabeza hacia afuera, lo que explica la asustó tanto que solo pudo pedirle a la doctora que hiciera lo posible por salvar a su hija.
Cruz asegura que aún estaba consciente cuando escuchó de la doctora Sánchez la fría y devastadora información: “vamos a tener que decapitar a tu hijo”. Entonces pidió a su madre que le hicieran una fotografía para mostrársela a sus hermanitos que no pudo ver. “La doctora no quiso que se la hicieran”, afirma, mientras el hijo de ocho años limpia las lágrimas que brotan de sus ojos rojizos de tanto llorar.
La doctora Sánchez vive en la misma ciudad de San Juan. Este diario caminó gran parte del pueblo preguntando por su dirección, para conocer su postura sobre un hecho donde jugó un rol protagónico, o antagónico pensaría la madre afectada. Pero supuestamente nadie sabía y no pudo ser posible escuchar de sus labios la explicación que nunca le dieron a Cruz María ni a ningún miembro de su familia, también demolida con este inusual acontecimiento.
“Ella solo me dijo,’ya, no llores más, porque tú todavía tienes fuerzas parar parir dos o tres muchachos más”, expresa Cruz María. Pero ella quería a ese niño que cargó casi nueve meses en su vientre. Ella solo quería a esa criatura que llevaron a su humilde morada en una cajita de madera, con su cabecita cortada y un bracito colgando de su endeble anatomía. “De todas formas, lo vestimos con ropita limpia; le echamos agua bendita y estuvimos un rato con él en la casa. Después lo llevamos al cementerio”, expresa doña María.
Su hija, Cruz, no pudo vivir este último momento con su bebé. Ella estaba en el hospital, convaleciente de un parto frustrado y esperando una explicación de la doctora Sánchez, que sí se apresuró a dar su versión técnica de lo sucedido a una emisora de radio. Cruz María, mientras tanto, sigue sin entender qué fue realmente lo que pasó.
Apoyo: En la comunidad de El Asiento de Luisa, todos parecen llorar la tragedia de Cruz María García Corporán. “Ella es muy buena. No se merecía esto”, dijo una adolescente vecina de la casa materna de esta mujer. Otros solo prefieren mirar de lejos la tristeza que arropa la casita de madera pintada de rosado, por allá, por una empinada colina. En el pueblo de San Juan, por omisión o deliberada actitud, la gente reaccionaba como si nada supiera de este suceso. La vida seguía normal.
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